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27 marzo, 2018Estos días atrás he visto en una charla Tedx de la Universidad de Nevada, a Logan LaPlante, un joven de trece años de edad que reflexionaba sobre cómo educaban las escuelas actuales y la enorme distancia entre ese proceso de enseñanza y los verdaderos deseos del alumnado.
La charla arranca con una pregunta simple, repetida, que solemos hacerles a los niños y niñas en conversaciones más o menos informales, casi a modo de coletilla o frase hecha: “Y tú, ¿qué quieres ser de mayor?”. La respuesta de Logan es la que nos podría dar cualquier otro joven. “Yo quiero ser feliz” y en esa respuesta breve y sencilla se encierra, casi casi, el secreto que la humanidad lleva persiguiendo siglos.
Es cierto. Si lo pensamos bien, lo único que queremos es ser felices y estar saludables. Ciertamente, un concepto amplio y diverso que dependerá de la idea que cada persona tenga de la felicidad, sin embargo, todo el mundo estaría de acuerdo en que los sistemas educativos deberían promover algo así.
Logan hace referencia al estudioso Roger Walsh y a los ocho puntos que él considera fundamentales para desarrollarse de una forma feliz y sana. Esos ocho puntos, tienen su clave en la práctica diaria y se adquieren por aprendizaje. ¿Cuáles son? El ejercicio, una dieta saludable, las relaciones con los demás, la relajación y manejo del estrés, formación espiritual/religiosa o en valores, tiempo en la naturaleza, contribución y servicio a la sociedad y actividades de recreo.
Practicando y trabajando en esos puntos, estaríamos desarrollándonos como personas felices y sanas. Ante la pregunta de si estas ideas se desarrollan en las escuelas, la respuesta de Roger Walsh es un tajante no.
Quisiera no tener una visión tan apocalíptica del sistema educativo. Es cierto que la carga de unos contenidos que incluso pueden ser anacrónicos pesa demasiado aún, pero sí creo que hay muchos docentes y muchos centros educativos que están haciendo cosas diferentes, con metodologías diferentes y con ganas de centrarse en esa educación que busca tener, en el futuro, a personas competentes y cualificadas, pero felices.
Parece que hay que recorrer todo un camino estandarizado para llegar a esa ansiada felicidad: colegio, estudios, pareja, y después, ya puedes empezar a ser feliz. Obviamente es una trampa. Ese después nunca llega y siempre andamos en busca de un plus, de un mañana que no acaba de llegar. ¿Y mientras? ¿Qué ocurre por el camino? Nos pasamos, de media, quince años en los colegios e institutos, ¿no conviene en ese tiempo trabajar la felicidad?
Y, en medio de esa reflexión, Logan hizo aparecer la idea de hacker y la necesidad de que haya más en el mundo. Su definición de hacker no tenía nada que ver con alguien que se dedica a piratear sistemas informáticos, sino alguien innovador que desafía el sistema establecido y trata de cambiarlo. Ese concepto, esta nueva mentalidad que aquel chico de trece años estaba demandando, me pareció inspiradora y aunque él, en su charla, la elabora más y la amplía incluso a su propia escuela, quise quedarme en ese punto y pensar en cuántas personas con esa manera de funcionar y vivir están tratando de hacer del mundo un sitio un poco mejor.
Los ocho puntos que Roger Walsh señala, son trabajables, y de hecho, en muchos colegios e institutos se desarrollan al tiempo que se abordan contenidos propios del currículo. Es decir, aunque quede aún mucho camino por recorrer, ya hemos empezado el trabajo de educar en y para la felicidad.
Inevitablemente, a todo ello va unida una fuerte creatividad que crece al tiempo que lo hace la persona. “Las escuelas matan la creatividad” decía Sir Ken Robinson en aquella famosa charla Tedx que dio la vuelta al mundo y que, sin duda, fue para un gran sector del profesorado, un punto de inflexión en su práctica docente. Creo que, pese a que el sistema aún no potencia lo suficiente el desarrollo de esta capacidad, se ha avanzado en esta línea, y lo mejor es que ya sabemos que no hay vuelta atrás.
Así que nos encontramos con ideas que, si queremos desarrollar esa mentalidad de nuevos hacker, debemos potenciar y comenzar a implantar en nuestro día a día como una práctica más. Incorporar esos puntos a nuestra vida, a nuestras escuelas, dejar que la creatividad sea realmente importante, mejorará la educación, pero, seguramente, lo mejor será que nos ayudará a crecer como personas y docentes.
No podemos permitirnos “matar” la creatividad o no animar a nuestro alumnado a que busque nuevas maneras de interaccionar con el mundo, con las demás personas o consigo mismo porque el tiempo requiere de esas nuevas fórmulas, de esas nuevas maneras de hackear la educación y lo que nos rodea.
Eduquemos para potenciar nuestros recursos, para dar y obtener lo mejor de cada persona. Eduquemos de esta forma porque será la única manera que tendremos de promover una educación sin brecha entre lo que se aprende y lo que el mundo demanda. Eduquemos, en definitiva, para ser más felices.
Lucía Rodríguez Olay
Colegio La Inmaculada
Gijón