Buscar el sendero para seguir a Jesús: testimonio de los Ejercicios Espirituales

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Buscar el sendero para seguir a Jesús: testimonio de los Ejercicios Espirituales

Los ejercicios espirituales nos ayudan a mostrar el camino hacia Dios. Este curso, en Educación Jesuitas proponemos dos tandas a nuestros educadores: una que hemos celebrado en enero en Loyola y otra que desarrollaremos en marzo en El Puerto de Santa María. Este bonito testimonio refleja la experiencia de vivir por primera vez los ejercicios. Júlia, docente de Jesuïtes Sant Gervasi, nos cuenta en primera persona cómo los ha vivido.

Mi experiencia de ejercicios espirituales comenzó entre clase y clase. La directora de pastoral de la escuela donde doy clase se me acercó durante el recreo. “Ey, Júlia! ¿Recuerdas que me dijiste que querías hacer ejercicios?» – me dijo – «¿Te apetece irte a Loyola en enero?”.

Tenía muchas ganas, pero la idea también me daba un poco de respeto. Hacía años que me planteaba ir a hacer ejercicios a Manresa, pero nunca me había atrevido a dar el paso. Durante este último año, ya me sentía más preparada, y me empezaba a picar bastante la curiosidad.

Cuando me lo propusieron, pues, no dudé ni un momento y acepté. Me lo marqué en el calendario y esperé paciente a que pasaran los días. Con ilusión, sí, pero cuanto más se acercaba la fecha también me empezaron a surgir los miedos:

  • Pensar que no se está preparado,
  • Miedo a que el silencio te pueda,
  • Miedo de echar de menos a los de casa,
  • Miedo de no poder dejar atrás el día a día

Inexorablemente, llegó el día y me encontré en el tren camino a Pamplona. El trayecto se hizo largo y llegamos poco antes de cenar. El sitio me pareció inmenso, pero acogedor: normalmente cuando me voy de viaje no deshago la maleta, pero me sentí como en casa desde el principio y la deshice toda nada más llegar.

Empezar a hacer silencio no se hizo fácil. Hay que entender que no se trata solo de hacer silencio por fuera, sino también por dentro: hay que dejar pasar pensamientos del futuro, de lo que te espera al volver a casa, no dejar volar la imaginación… hay que poner a Dios en el centro, y quitarnos de la cabeza todo lo que nos aleja de Él.

Poco a poco, lo fui consiguiendo, y empecé a escuchar más a Dios, a ver como la oración iba un poco menos guiada por la razón. Los textos resonaban de un modo diferente, los versos que había oído muchas veces me llevaban a ideas que desconocía. Ya no reflejaban aquello que me habían dicho otros, sino que me hablaban directamente a mí.

No se trata de un camino solitario. Incluso en silencio, se van creando vínculos con los compañeros de ejercicios: con unos se coincide durante las comidas; con otros, durante los ratos de oración; con otros, paseando. Poco a poco, nos vamos conociendo los gestos, las miradas. También es constante el contacto con el acompañante, que como un espejo escucha y aconseja.

No se trata, tampoco, de un camino llano. Hay baches: desolaciones y consolaciones que me han llevado a seguir creciendo. No suscita certezas, sino más bien preguntas: hay que intentar descifrar siempre qué es lo que Dios me llama a hacer y a ser, a servir desde el amor y, en definitiva, a buscar el sendero para seguir a Jesús.