Abrir el corazón en el aula

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Hace un mes y medio me desnudé delante de mis alumnos y me gustó. Y nos gustó… ¡Que nadie se alarme! El desnudo fue figurado. Lo que quiero contar es que me mostré tal y como soy, sin pequeñas máscaras, sin disfraces, sin velos. Y es que todos, de alguna u otra manera, en clase interpretamos un papel, por pequeño que sea, y dejamos ciertas parcelas de nuestra intimidad ocultas. Pues bien, aprovechando que en la campaña de Navidad del Colegio hicimos hincapié en la locura que supone el Nacimiento de Jesús, decidimos transformar el centro por un día y que alumnos fueran profesores y que los profesores contásemos nuestras experiencias siendo nosotros mismos. No explicábamos materia, nos explicábamos a nosotros mismos, con nuestras virtudes y nuestros defectos. Pero claro, había que revestir un poco la experiencia y darle un hilo conductor. Para mí fue el Protocolo. Por razones que no vienen al caso, en una etapa de mi vida me tocó aprender esta disciplina (y no me refiero al arte de poner la mesa) y pensé que era algo diferente y podía entrar por ahí. Así que utilizándola como pretexto, se produjo la paradoja de que la rigidez que pueden presentar las normas de comportamiento en sociedad nos llevaron a pasar un rato sumamente agradable, sin estrictos corsés, en el que me emocioné varias veces en mi relato y no lo oculté.

Y me tembló la voz cuando recordé que mi director de Tesis (hoy amigo por si surgen dudas) me dijo en una ocasión que su hijo que estaba en Segundo de la ESO escribía mejor que yo, y se me escapó una lagrimilla cuando conté que mi hija se llama Marta por dos personas importantísimas en mi vida (dos Martas, claro está). Les hablé de mi vocación, de cómo pasé de jurar que nunca me dedicaría a la enseñanza a llorar durante seis meses seguidos, todas las mañanas, al haberme dado cuenta de que había cambiado el trabajo que me encantaba como profesora por el trabajo de Geógrafa. Sin darnos cuenta entre recuerdos, vídeos, preguntas y fotos transcurrieron casi dos horas. Por supuesto no nos ceñimos al Protocolo, nos lo saltamos a “la torera”, si se me permite la expresión. Pero funcionó. Desde esta tribuna os animo a todos a que en ocasiones nos desnudemos. Por ellos. Por nosotros. Por la vida.

María Laguna Marín-Yaseli

Colegio del Salvador

Zaragoza