Despegarse de la pizarra

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Uno de los principales avances en la educación en las últimas décadas ha sido el descenso en la ratio, es decir, tenemos menos alumnos en clase con lo que se supone que podemos atenderles mejor. Y aunque, por ser un poco crítico, no sé si esta mejora se la debemos agradecer a las administraciones o a la terrible bajada de la natalidad, en cualquier caso, la realidad es que tenemos menos alumnos en clase y eso supone una ventaja.

Los que ya llevamos años en esto recordamos las clases de BUP con 40 alumnos en cada grupo (o a veces más si la cosa venía mal dada) y solo pretender mirar con atención a cada uno en cada clase era ya difícil, ya que el aula parecía la grada de un estadio.

Actualmente, con números mucho más razonables, tenemos la oportunidad de adaptar la forma de dar la clase a esta circunstancia, y aprovechar así la ventajas que supone esa reducción de ratio para atender de forma más personalizada a los alumnos. Si quisieramos seguir dando clases magistrales nos daría lo mismo tener a 30 que a 50 alumnos.

Por supuesto otro aspecto que ha transformado las aulas, ha sido la irrupción de las TIC. Que han revolucionado muchos aspectos de la enseñanza, desde la gestión de la información, la interactividad, las nuevas formas de comunicarnos, el trabajo colaborativo y tantas otras cosas.

Pero si hay que destacar algo haya cambiado en este tiempo son nuestros alumnos, no importa en qué etapa educativa estemos, nuestros alumnos son diferentes. Su mundo, al igual que la sociedad, ha cambiado. Se relacionan de otro modo (entre ellos, con sus padres, con nosotros…) responden a otros estímulos, tienen otras inquietudes, otras capacidades y demandan ser atendidos de otra forma.

A consecuencia de todos estos cambios los colegios también se han transformado, es cierto que a veces con cierto retraso, pero en su mayoría han cambiado y mucho, especialmente en los últimos años.

Para mí, en los últimos tres cursos, lo que más ha modificado mi forma de impartir las clases ha sido la adopción de la metodología Flipped Classroom.

El hecho de invertir la clase, cambiar el tiempo y el lugar en el que los alumnos reciben la explicación, y el tiempo y el lugar en el que deben realizar las tareas y el trabajo personal, me ha permitido despegarme de la pizarra.

Simplificando mucho el proceso: actualmente las explicaciones y los conceptos los reciben los alumnos en casa, a través de vídeos de edición propia colgados en YouTube, y las clases se dedican fundamentalmente a tiempo de trabajo personal en el que se profundiza en los conceptos ya explicados. Esto da lugar a una nueva situación en clase.

La mayoría de mi tiempo en clase lo paso entre las mesas de mis alumnos. Mientras ellos trabajan (a veces de modo individual y otras por grupos) yo puedo observar como lo hacen, las dificultades que tienen y el modo que intentan resolver los problemas, ejercicios o actividades planteados.

Cuando tienen dudas pueden recurrir de nuevo a los vídeos y, por supuesto, preguntar al profesor, que al no dedicar la mayor parte del tiempo a explicar los contenidos está disponible para resolver sus dudas.

Actualmente, en cada clase, hablo directamente con cada uno de mis alumnos, cosa impensable en el modelo anterior, veo su forma de trabajar, y, sin necesidad de esperar a un día de examen, ya sé cuales son los errores que comenten y puedo ayudarles a resolverlos mucho mejor.

La posibilidad de tratar individualmente con cada alumno da lugar a que el tipo de interacción que se produce en clase sea más eficaz, los resultados académicos son mejores, y, además, el ambiente de la clase es mucho más agradable.

Además, los resultados académicos son mejores, y, en general, los alumnos parecen más motivados. Mi sensación, es que, como profesor, hago mucho más que explicar. Puedo atender más a los alumnos que más lo necesitan, repartiendo mejor el “tiempo de profesor” entre todos.

Esta interacción con los alumnos no da lugar solo a resolver las dudas y dificultades de una actividad académica concreta, sino que permite ir más allá. Pararse a reflexionar con cada uno sobre su forma de trabajar y de aprender, y tocar otros muchos aspectos fundamentales como educador a los que desde la pizarra, y mirando al grupo en general es difícil llegar.

Despegarme de la pizarra para estar mucho más en contacto directo con los alumnos es para mi, quizás la principal mejora en estos tres últimos años y debo agradecérsela a la aplicación del flipped classroom en mis clases.

Actualmente aplico esta metodología en casi todos los temas de Matemáticas y Física y Química en 4º de ESO y de Química en 2º de bachillerato.

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Javier Valdés

Profesor de Física y Química y Matemáticas

Colegio de la Inmaculada. Jesuitas Gijón