I Encuentro sobre la Enseñanza de las Ciencias en Educsi
12 mayo, 2022Alianza colegio-universidad en favor de las artes escénicas y la música
17 mayo, 2022Desde los inicios de la Compañía de Jesús, el núcleo constitutivo de su misión ha sido la de anunciar la Buena Noticia de Jesucristo. Este deseo de transmitir y ayudar a crecer en la fe era el elemento transversal de todas sus opciones y decisiones. También formó parte de la opción de San Ignacio de aceptar la propuesta de encargarse de colegios. Sabiendo que la educación es un bien en sí mismo por el cual ya merecería la pena dicha misión, el ayudar a los jóvenes a descubrir el amor de Dios y que este transformase sus vidas para poder ayudar -como agentes multiplicadores- en la transformación del mundo, era la motivación última de Ignacio.
Esta misión se ha ido formulando de diversas maneras a lo largo de los siglos. Hoy está concretada en la cuatro Preferencias Apostólicas Universales que promulgó el P. General para el decenio que va de 2019 a 2029. De igual modo, la Provincia de España en su Proyecto Apostólico de 2019 describe su misión en los términos de anunciar y ser testigo de la reconciliación que nos ofrece Cristo con Dios, con los demás y con la creación. Y su opción fundamental 8 es la de actualizar la vivencia y transmisión de la fe cristiana, para mostrar el camino hacia Dios con un lenguaje y un testimonio de vida que faciliten su aceptación.
Como parte de este Espíritu, en los colegios de la Compañía de Jesús sigue vigente esta misión principal, que marcó Arrupe como horizonte, de formar hombres y mujeres “para los demás”, lo cual definía -de modo radical y profundo- como:
El hombre para los demás: Nuestra meta y objetivo educativo es formar hombres que no vivan para sí, sino para Dios y para su Cristo; para Aquel que por nosotros murió y resucitó; hombres para los demás, es decir, que no conciban el amor a Dios sin el amor al hombre; un amor eficaz que tiene como primer postulado la justicia y que es la única garantía de que nuestro amor a Dios no es una farsa, o incluso un ropaje farisaico que oculte nuestro egoísmo. (1)