Un fin de curso extraño
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29 junio, 2020Cuando llegaron los niños a casa con la noticia de que “no tenían cole” por el peligro que suponía el contagio por coronavirus, en ese momento, lo que más me preocupó era la posibilidad de que perdieran el curso. Es cierto que les iba a pasar a todos, pero ya sabemos que mal de muchos es consuelo de tontos, así que yo seguía en mis trece de estar fastidiada por ver truncado su ritmo de aprendizaje y formación. Este sentimiento fue desapareciendo, primero, porque una vez meditado ves que hay otras cosas más importantes, como la salud o la propia vida; y segundo, porque desde el colegio todo han sido facilidades para intentar que los niños terminaran el curso de la forma más completa posible.
Nosotros tenemos tres hijos, y como padres ha sido muy complicado hacer de maestros, pero desde el primer día hemos recibido instrucciones claras de sus profesores para guiarnos en las tareas diarias, así como actividades complementarias a las lectivas, en el plano afectivo-personal y religioso: el saludo matinal del profesor con un vídeo o mensaje de voz, un rato de oración cada día, tutorías semanales por videoconferencia con sus compañeros etc. Todo esto ha hecho que los niños no se hayan sentido desvinculados del colegio ni de sus compañeros; nosotros en casa les dejamos claro que no estábamos de vacaciones, y la verdad es que captaron el concepto desde un principio, y se han amoldado a la situación de una forma sorprendente.
Tengo que reconocer que los primeros días fueron caóticos; después de desayunar (tempranito) nos sentábamos a ver las tareas del día: imprimir los ejercicios, buscar en los libros, corregir las cuentas, las faltas de ortografía, ver los vídeos explicativos, “mamá así no es”, “mamá estos problemas son los de ayer”, ”mamá el vídeo no se oye”… yo empezaba a agobiarme, el agobio se convertía en mal humor, el mal humor en enfado y cuando nos dábamos cuenta era la hora de comer y las tareas no estaban terminadas. Tuve unos días de mucha tensión, hasta que decidí aplicar el sentido común, todo esto ayudado con los constantes mensajes tranquilizadores de los profesores, invitando a la flexibilidad y dejando claro siempre lo excepcional de la situación.
Pasados estos primeros días, una vez introducidas las novedades en nuestra vida cotidiana, todo se fue suavizando, y tengo que decir que, salvando lo horrible de la situación, de puertas para adentro hemos disfrutado en familia como nunca antes lo habíamos hecho. Nunca habíamos tenido tanto tiempo para dedicarle a los niños, para jugar con ellos, charlar, cocinar, trabajar y también rezar juntos. Yo he sacado de esta situación una reflexión personal, y es que el vivir con prisas, a veces nos impide pararnos a disfrutar de situaciones que parecen insignificantes: me he dado cuenta de la enorme ilusión que les hace a mis hijos que los despierte por la mañana, que desayunemos juntos, que tomemos un aperitivo a mediodía que preparamos todos metidos en la cocina, que pasemos la tarde haciendo manualidades o jugando a las cartas etc.
Poco a poco nos iremos incorporando a nuestros trabajos, nuestros horarios y nuestras prisas, tanto los niños como los padres. Nuestro día a día es el que es, y la sociedad en la que nos ha tocado vivir es la que es, no podemos cambiarlo. Pero lo que sí podemos es abrir los ojos y el corazón: que estas pequeñas cosas de las que podemos disfutar, por pequeñas no las convirtamos en invisibles.
Esther Galán Ramírez,
Madre de tres alumnos de Primaria en el Colegio San José de Villafranca de los Barros (Badajoz)