El pasado 10 y 11 de octubre un grupo de Directores Pedagógicos y profesores de diferentes colegios de la Compañía de Jesús de toda España asistimos a un curso de formación impartido por Johnny C. Go, SJ, y Rita J. Atienza, ambos expertos en educación y autores del libro ‘Aprender por refracción, una guía docente para la Pedagogía Ignaciana del S. XXI’.
Se trata de una actualización del Paradigma de la Pedagogía Ignaciana (PPI) que, conservando la esencia de la tradición jesuítica, plantea a los educadores un enfoque experiencial a fin de que estos reflexionen sobre su propia práctica docente. Dicha publicación recoge, además, las buenas prácticas de numerosos educadores ignacianos que han trabajado el paradigma de la pedagogía ignaciana y presenta una metodología práctica e innovadora.
No cabe duda que el título del libro es impactante y, de inmediato, suscita en el lector la pregunta “¿Qué es el aprendizaje por refracción?”
Dedicamos el inicio de la mañana del primer día a tratar de responder a este interrogante: el aprendizaje por refracción consiste, en esencia, en conseguir que, “del mismo modo que la luz se dobla cuando pasa por un medio como el agua, el estudiante no se limite a reproducir el contenido transmitido por el profesor, sino que lo deconstruya, lo interiorice, lo haga propio mediante la reflexión y lo reconstruya”. Es decir, desde este punto de vista, el estudiante refracta el contenido y crea su propio significado en un proceso que, partiendo del contexto en que este se encuentra, incluye la experiencia, la reflexión y la acción, elementos clave del PPI. En este novedoso enfoque pedagógico, no podemos perder de vista la interrelación que se produce entre el alumno y el profesor, el alumno y el mundo y el profesor y el mundo.
Así pues, el profesor deja de ser un mero transmisor de información para convertirse en un diseñador, un facilitador y un acompañante en un proceso cuyo único protagonista es el alumno. El docente debe invertir tiempo, recursos y esfuerzo en diseñar experiencias holísticas globalizadoras) que despierten en el alumno su innata curiosidad y le lleven a experimentar, a reflexionar, a actuar y, finalmente, a evaluar todo el proceso. ¿Acaso no resuenan aquí, de nuevo, evidentes conexiones con el PPI?
Es destacable, además, que los procesos de acompañamiento o la cura personalis son elementos cruciales de nuestra Espiritualidad ignaciana a la vez que se encuentran en perfecta sintonía con el aprendizaje por refracción. Como consecuencia inmediata de este giro metodológico, las aulas de nuestros colegios dejan de ser espacios silenciosos con pupitres alineados y profesores en las tarimas impartiendo clases magistrales, para dar paso a espacios abiertos con distribuciones flexibles, integradas por grupos dinámicos de alumnos que trabajan de forma colaborativa y profesores que, partiendo del contexto en el que viven, aprenden y se relacionan sus alumnos, acompañan el proceso interactuando con ellos, guiando sus pasos, y formulándoles preguntas que les lleven a la investigación, la discusión y la reflexión.
Nuestros alumnos del siglo XXI están, viven e interactúan en el mundo de un modo radicalmente distinto al de los adultos: se encuentran inmersos en un mundo virtual, se nutren de la información (o, en muchos casos, de la desinformación) que obtienen en TikTok, Instagram o You-tube. Ellos mismos son creadores y también receptores de contenidos digitales; viven en una realidad en la que lo práctico y lo inmediato están muy por encima del pensamiento reflexivo: una realidad, en la que, en definitiva, la paciencia y el esfuerzo han quedado desdibujados, difuminados en un segundo plano.
Hoy, más que nunca, en un mundo incierto y que cambia a un ritmo trepidante, urge fomentar en nuestros alumnos una autonomía que les lleve a aprender a lo largo de toda su vida; un espíritu crítico que les induzca a discernir y una capacidad de resolución de los problemas que les vayan surgiendo a nivel personal y profesional. Sin olvidar que nuestro deber como educadores es adaptar nuestro propio enfoque pedagógico a la situación actual y que, además, como educadores ignacianos, nuestro fin es “Educar personas para los demás” en palabras del P. Arrupe: personas con las 4 c’s: conscientes, competentes, comprometidas y compasivas, que es nuestra identidad.
¿Cómo aplicar entonces el aprendizaje por refracción en nuestras aulas? ¿Cómo trasladarlo a nuestro día a día? Dedicamos la mayor parte de la segunda jornada a poner en práctica lo aprendido. Para ello, formamos grupos de profesores de distintas escuelas que estuvieran en una misma etapa y departamento y, con la ayuda de Johnny Go y de Rita, diseñamos situaciones de aprendizaje siguiendo los pasos del aprendizaje por refracción y nos familiarizamos con términos como “insights”, “reflecting questions”y “action goals” que tienen un enorme paralelismo con el contexto, la reflexión y la acción del P.P.I.
Este trabajo práctico nos empujó a la reflexión sobre la complejidad del diseñar correctamente las experiencias refractivas. Pero partimos de allí con el convencimiento de que, a pesar del esfuerzo que conlleva, si el profesor propone experiencias o retos que despiertan la curiosidad del alumno , este se implica fácilmente. Y si, además, le ayuda a plantearse preguntas que le lleven a la reflexión y a formular objetivos de acción que le conduzcan a transferir lo aprendido al mundo real, no cabe duda de que el nivel de aprendizaje es mucho más profundo, como también lo es, la transformación interior del estudiante que le mueve a actuar por un mundo mejor.