El valor del camino

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Vivimos en una época de escaparates, en que lo que vende suele ser una imagen de triunfo fácil detrás de una pantalla de seis pulgadas. La inmediatez de las cosas cobra más valor, nos satisface mucho más el placer de mostrar episodios determinados de nuestra vida incluso antes que vivirla y disfrutarla. En este contexto, en los últimos años, también en el ámbito educativo, se viene percibiendo un temor al fracaso fuera de lo común. Más aún cuando lo aderezamos con una pizca del “qué dirán”, dando importancia incluso a la reacción de los demás ante las propias metas no conseguidas.

Generalmente, nos avergonzamos por no estar a la altura, por no mostrar lo que otros esperan de nosotros o de fallar de manera continuada en cada uno de nuestros intentos. Solemos interpretar de forma incorrecta los errores cometidos durante la consecución de una meta, situación que nos hace  empequeñecernos y acomplejarnos de forma habitual.

Padres y educadores debemos entender y hacer entender a los más pequeños que por mucho que intentemos conseguir algo que nos propongamos, puede que nunca lleguemos a conseguirlo. Y no hay que dramatizar por ello. Lo normal en estos casos es que aparezca la frustración y el desánimo, aunque su  permanencia en nuestro espíritu debería ser mínima y así poner en valor y ser capaz de disfrutar de todo el esfuerzo dedicado durante el proceso. Alejémonos de buscar siempre la recompensa inmediata y el reconocimiento externo traducido como éxito, y acojamos con paz y serenidad la sensación interna y satisfactoria del deber cumplido.

Tengamos en cuenta que la sobreprotección generalizada hacia los menores es otra piedra en el camino que les imposibilita avanzar, impidiendo que puedan llegar a equivocarse o vivir las dificultades propias que conlleva cualquier reto al que se enfrenten. Probablemente, el alumno más competente será aquel al que se le permita cometer errores para que pueda llegar a aprender de ellos. Sin error no hay aprendizaje.

¿Y, si enseñamos a nuestros hijos a naturalizar el fracaso? Hagamos de ellos personas que siempre se levanten una vez más. Quitemos importancia a las  posibles secuelas de sus tropiezos. Seamos educadores que iluminen sus caminos para que aprendan a identificar todo lo que sus errores quieren enseñarles, de este modo el fallo se tomará como una situación que suma, que construye y no que resta y les expone hacia ellos mismos y hacia los demás como personas débiles y vulnerables. Hagamos pedagogía también con el uso de redes sociales ya que, generalmente, proyectan casi exclusivamente el éxito de los demás, filtrando la parte más difícil del proceso y trasmitiendo una imagen de perfección bastante alejada de la realidad.

Para un cristiano con esperanza no hay “camino-reto” que se le resista, ya que el miedo al fracaso no puede anidar en el corazón de una persona que confía en Dios. Como diría el jesuita Teilhard de Chardin sj “poco importa que te consideres un frustrado si Dios te considera plenamente realizado; a su gusto.”

En definitiva, el verdadero éxito está en aceptar las cosas tal y como vienen. Abrazar lo que te vaya deparando la vida sin olvidarnos de disfrutar del camino.

Víctor Vicente Corral
Director de Primaria, Colegio San José Villafranca de los Barros (Badajoz)