Generadores de vida y esperanza

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Hace ya muchos años en un pueblecito extremeño de la Serena, cada mañana cuando iba a mi trabajo, me encantaba quedarme un rato observando a los profesores que coincidían entrando en su colegio. Acompañados por la bulliciosa presencia de niños de diferentes edades, iban portando sus carpetas disponiéndose a iniciar una nueva jornada laboral. Me encantaba imaginarles en sus aulas, explicando, escuchando, animando o corrigiendo a sus pupilos.
Tal vez nunca repararon en mí, que día tras día, me quedaba rezagaba algunos segundos y los veía alejarse, tras atravesar una enorme puerta de hierro, que daba acceso al patio de recreo. Y miraba sus caras… Y sus caras reflejaban emociones de todos los colores… A mí me parecía que tenían la misión más importante del mundo (aún lo sigo pensando). Y pensaba que una misión de tal envergadura, solo podía reflejarse de una manera. Desde el agradecimiento de sentirse testigos privilegiados del crecimiento de aquellos niños. Día a día, minuto a minuto, compartiendo el milagro de cada vida única que va desarrollándose. ¡Qué impresionante tarea!
Con el tiempo, después de algún que otro rodeo, he tenido la oportunidad de compartir tiempo y vida profesional con muchos de estos maestros, y sigo admirando esa vocación que mantienen con la ilusión y el empuje de quien intenta mejorar cada día.
A pesar de los cansancios y de todo lo que ha cambiado el mundo educativo, de la burocracia exigente y de la influencia negativa de tantos elementos externos al genuino hecho de educar…. Hay tantos educadores apasionados y comprometidos con lo que hacen, tantos que siguen creyendo en el milagro que encierra cada niño, tantos que no escatiman esfuerzos hasta darlo todo, con sensibilidad y ternura hacia el más débil, con paciencia infinita hacia el que llama su atención desproporcionadamente…. que me siento enormemente dichosa de tenerlos cerca y aprender de ellos.
Son generadores de vida y esperanza porque cada alumno es para ellos una potencia de posibilidades. Confían y creen en el hombre, por eso nunca dejan de sembrar aún a sabiendas de que probablemente ellos no recogerán los frutos.
Mi reconocimiento y admiración sincera a esos educadores que en el anonimato y en lo oculto de cada día ayudan a sus alumnos a sacar su mejor versión, y con ello construyen el futuro de la sociedad.
Estoy segura de que todos podríamos reconocerlos, seguro que éstos son quienes, cada mañana al entrar en la clase, llevan en sus caras dibujada una enorme sonrisa.
Toni Meléndez Leal
Escuela Virgen de Guadalupe
Badajoz