La ‘Ratio Studiorum’ de 1599: Un tesoro por descubrir

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La ‘Ratio Studiorum’ de 1599: Un tesoro por descubrir

“El método completo de nuestros estudios”, son las primeras palabras de la carta del Secretario  de la Compañía Domenichi, promulgando la Ratio. Acto seguido, y sin más preámbulos, empieza una sucesión de reglas para los distintos responsables y actores del proceso educativo, unas tras otras. En total son 30 reglas, con un total nada menos que de 467 artículos. Se reglamenta minuciosamente todo lo relativo a la vida escolar: el gobierno de los colegios, la selección del profesorado, la admisión de los alumnos, los programas de estudios, los autores y textos, la metodología, las actividades escolares y extraescolares, la formación religiosa, la disciplina, los premios y castigos, los horarios, las vacaciones…

En esta reflexión, seguidas de otras, no emitiremos un juicio crítico sobre esta obra, sus reconocidos logros y sus deficiencias. Existen numerosos estudios por parte de historiadores y pedagogos. Nada puede suplir la consulta directa y el estudio de la basta literatura. Nos limitaremos a presentar una breve introducción y a resaltar algunos aspectos iluminadores de la práctica educativa actual.

La lectura directa de la Ratio no satisface a quienes desean delinear en la ella grandes principios pedagógicos. Muchos de sus contenidos resultan hoy pintorescos y anacrónicos. Sacados fuera de su contexto, pueden resultar inadecuados y pintorescos. Se ha denunciado una la inexistencia de una visión general sobre la realidad educativa. Pero esta declaración de máximas se encuentra en la IV Parte de las Constituciones de la Compañía de Jesús y en los Ejercicios Espirituales, en los cuales profundizaremos en otras entradas. Los jesuitas ya conocían estas fuentes y no era necesario refrescarlas. Los jóvenes religiosos no requerían un tratado de pedagogía, sino orientaciones prácticas y precisas. Nuestro modo de proceder en los estudios se perfila en esta Obra. Al acercarnos a la Ratio sin esta perspectiva, corremos el peligro de encontrar un monótono manual de normas con innombrables repeticiones. A pesar de ello, reducida su aplicabilidad en la actualidad, puede iluminarnos con principios inspiradores incluso para la innovación educativa.

Define perfectamente la estructura de gobierno de los centros. Al frente encontramos el Provincial, seguido de la figura del Rector, asistido por dos prefectos -estudios superiores e inferiores-; por último, los profesores, responsables de las distintas clases. La práctica totalidad del Claustro estaba formado por jesuitas. Sobre ellos, se insiste en su formación y selección para ser enviados al apostolado educativo. Se delimitan también los criterios para la admisión del alumnado. No existe discriminación social en el ingreso: “no se excluya a nadie por ser de condición humilde o pobre” (Reg.Pref.Est.Inf.,9). Realizaban un examen para asignarles a la clase del nivel correspondiente. De la misma forma, la promoción de nivel se supervisaba. Se insiste ya desde el ingreso en el seguimiento individual del alumnado. Otra característica era la gratuidad de la formación, el Colegio debía poseer rentas suficientes proporcionadas por las autoridades o bienhechores.

El curso de los estudios comenzaba con tres años de gramática (ínfima, media y suprema), uno de humanidades y uno de retórica. Pero el tiempo que cada alumno permanecía en un curso podía variar, de acuerdo a su ritmo propio. De acuerdo con las Constituciones (nº 451), la Compañía no ofertaba los estudios primarios, salvo con excepciones en territorio de misión. Los estudios clásicos se centraban en la cultura greco-latina, predominante en el Renacimiento, apreciamos una notable influencia del contexto cultural. Los estudios de lenguas eran fundamentales, centrándose en el latín, griego e incluso hebreo. La lengua vernácula se supeditaba al aprendizaje del latín. Se seleccionaban autores clásicos para su trabajo tanto para el dominio de la gramática y sintaxis tanto para la formación ética de los jóvenes.

El ideal de la formación humanística, era el hombre clásico equilibrado y plenamente desarrollado en todas sus facultades, inspirado en el modelo de los autores greco-latinos, con el complemento de la dimensión cristiana. En expresión ya famosa, alcanzar la “elocuencia perfecta” (Regl.Prof.Ret.,1), no consiste únicamente en la facilidad de hablar, escribir y comunicar las propias ideas con facilidad y elegancia; sino en la capacidad de razonar, sentir, expresarse y actuar armonizando virtud con letras. En una palabra, la formación integral y un estilo de vida en la línea de lo que hoy llamaríamos “excelencia humana y cristiana”.

Después de la retórica, seguían tres años de filosofía y cuatro de teología. En filosofía, Aristóteles era el autor obligado, como Santo Tomás en teología. Pero tampoco había que seguir al Aquinate tan servilmente que no pudieran apartarse de él: “no es conveniente que los nuestros se aferren a Santo Tomás más fuertemente que los tomistas mismos” (Regl.Prof.Teol.Escol.,2). En este período, se permitía al alumnado distanciarse de la opinión del profesor si sus ideas estaban bien argumentadas (Regl.Rep.Teol.,10). De nuevo, encontramos un equilibrio entre tradición y modernidad típicamente renacentista.

Bibliografía: L. Lukács, Ratio Studiorum, en O’Neill-Domínguez (ed.),  Diccionario de Histórico de la Compañía de Jesús, ARSI-UPCO, Madrid, 2001.

Òscar Fuentes sj

Fundació Jesuïtes Educació

Profesor de Historia de la educación de la Compañía en el Máster de Pedagogía Ignaciana