Reconfigurar nuestra vocación educativa

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Reconfigurar nuestra vocación educativa

Nuestro mundo está transformándose ante nuestros ojos. Como ocurriera en otras épocas, los rasgos de nuestra sociedad están reconfigurándose, esta vez a una enorme velocidad, para convertirse en otro mundo. Los cambios son tantos y pasan tan rápidos que es difícil definir. Entre otras descripciones, nos dicen que vivimos en una sociedad postmoderna, tardomoderna, postindustrial, tecnológica, de la comunicación, hiperconectada, secularizada, postsecularizada, mercantilizada, reflexiva, especializada, del riesgo…
La educación no es ajena a esta transformación. Estamos inmersos en un proceso de reflexión e innovación educativa porque somos conscientes de que los modos de enseñanza y aprendizaje y los contenidos que estos contemplan ya no pueden ser los mismos. Se transforman los espacios, se flexibilizan los tiempos, se cambian las metodologías y se sustituyen los medios técnicos que usamos. Los educadores, por nuestra parte, tratamos de actualizar nuestra formación para adaptarnos a estos cambios.
Pero no podemos olvidar que es nuestra propia tarea, el para qué estamos en educación (no solo los medios, sino también algunos fines) la que se ha transformado, exigiendo de cada uno de nosotros una reflexión en profundidad. En otras palabras, necesitamos reconfigurar nuestra vocación educativa.
La vocación no solo responde a por qué somos educadores, sino también a qué estamos, hoy, llamados como educadores. Si nos ajustamos al concepto clásico de vocación (requerimiento), comprenderemos que esta llamada cambia a la vez que lo hace el mundo. Una vocación responsable debe entenderse como respuesta a sus necesidades y retos. Nos obliga, por tanto, a situarnos correctamente en nuestra realidad, desde una perspectiva crítica y consciente, competente y comprensiva. Hemos de hacer, sin lugar a dudas, un ejercicio de apertura al mundo para discernir de qué requerimiento será respuesta mi vocación personal. Un ejercicio no solo institucional, sino también individual. Cada cual tendrá que ver, con honestidad, qué puede aportar como educador a estas nuevas circunstancias.
Todo ello, sin renunciar a esos principios básicos que nos movieron (y mueven) a formar parte de la educación ignaciana y que es ese sentido que nos sostiene y compromete. Así, si miramos los procesos de innovación, entenderemos que no solo se transforman las didácticas y pedagogías, sino también el propio rol o función del educador, que es llamado a responder a otros retos desde una misma identidad, desde una fidelidad creativa de la propia vocación.
Eduardo Vizcaino Cruzado.
Director Gerente de SAFA-Huelva

Foto: Freepik