Relato Corto: «Responsablidad y compromiso»

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Relato Corto: «Responsablidad y compromiso»

El premio a mejor relato, ganador del certamen literario con motivo de la Semana Ignaciana en el Colegio San José de Málaga ha sido para Victoria Bermúdez Ruiz de 1ª BTO.

 

RESPONSABILIDAD Y COMPROMISO
En las zonas más claras del cielo, donde los etéreos rayos de Sol son casi palpables, habitaba una bonita niña sonriente. La pequeña adoraba jugar, saltar y reír, y su vocecita, fina como la de un ángel, siempre inundaba el firmamento. Pero, si la infante amaba de verdad algo, era a una bella rosa que se hallaba plantada en medio de las nubes, poseedora de unos pétalos tan finos que cortaban, y tan brillantes que parecían cristales.
—Oh, pequeña flor —le decía todos los días la niña—, ¿cómo puedes ser tan preciosa?
Cada vez, la flor parecía resplandecer aún más, alimentada por el amor que recibía. La niña siempre se aseguraba de regarla, de pasar tiempo con ella, cantarle y disfrutar de la luz a su lado.
Sin embargo, poco a poco, la pequeña comenzó a ignorar cada vez más la existencia de la diminuta e indefensa flor. Prefería jugar con los pájaros migratorios, o buscar sombra para jugar con el viento, arriesgándose a perderse en fuertes ventiscas.
La rosa, desatendida, entristeció. Poco a poco, fue perdiendo su brillo, hasta llegar a tornarse de un tono gris mate. Sus pétalos ahora parecían jirones de tela rota, que colgaban de un tallo doblado y descolorido. Similar a cómo se veía la bandera de una nación derrotada.
La que solía ser niña, ahora mujer, se había olvidado de ella. Y, creyendo ingenuamente que se encontraba inmersa en felicidad, se hallaba confundida ante el vacío de su interior. ¿Qué le faltaba?
Fue entonces cuando se acordó:
—¿Quién se encarga de darle amor a mi rosa? —se preguntó en voz alta, preocupada.
Corrió, esquivando los huracanes que ella misma había creado, dejando atrás el vacío que las aves migratorias habían provocado al marcharse y recordando de una vez lo que era importante.
Cuando llegó y la encontró en tal deplorable estado, algo encajó. Lo había hecho todo mal. Había jugado con el peligro de los torbellinos, y había creído encontrar apoyo en los cantares de quienes siempre se marchaban, cuando pudo tener a su lado a una brillante flor, que siempre le agradecía su cariño con su permanente compañía y su preciosa imagen.
Pero ya era tarde, y se había hecho de noche. Ahora, la flor, exenta de atención y cuidados, se encontraba perdida. Se había marchitado.
Y ella lloró, dándose cuenta de que debió cuidarla mejor, quererla siempre y hacerla su prioridad.
Lloró porque ahora ella se encontraba sola.
Lloró porque, en realidad, ella era la rosa.