Sin embargo, los aprendizajes más importantes han llegado de los ALUMNOS/AS y de los equipos de PROFESORES/AS. Con respecto a los primeros… como profesores pero, sobre todo, como padres y madres, ¿cuántos de nosotros nos hubiéramos planteado la posibilidad de mantener a nuestros hijos/as encerrados en casa un fin de semana? Pues no un fin de semana, no… ¡90 días! Y, en mi caso, en ningún momento de aquellos 90 días de confinamiento, ninguno de mis dos hijos se enfadó por no poder salir. Ni la más mínima queja. Sinceramente, jamás lo hubiera imaginado.
Y, por supuesto, a seguir trabajando… Algunos padres y madres nos mostraban su preocupación por la dificultad de mantener activos a sus hijos/as, de que rindieran y aprovecharan el tiempo. Se ve que a ellos/as esto de estar metidos en casa les sentó fenomenal, y no les puso de mal humor, o no les quitaba las ganas de trabajar, o rendían igual en casa que en el despacho… Esto nos debería hacer pensar cuánto minusvaloramos, en muchas ocasiones, las capacidades de nuestros alumnos y de nuestros hijos… Hemos aprendido que éstos son capaces de mucho más de lo que pensamos (y que, desgraciadamente, les transmitimos), y que, aunque nos cueste reconocerlo y nos haga temblar nuestras seguridades, su capacidad de adaptación es, en la mayoría de los casos, mucho mayor que la nuestra.
Por su parte, de los equipos de profesores, debemos sentirnos más que orgullosos (y hacérselo saber). Fueron capaces de adaptar, de un día para otro, todo el planteamiento docente. Y muchos de ellos, sin haber trabajado previamente con determinadas herramientas online, haciendo un seminario exprés, sobre la marcha, para dar respuesta a este nuevo planteamiento. Y sin la certeza de saber a qué puerto nos llevaría todo esto. GRACIAS por su compromiso, por sus continuas iniciativas conforme iban viendo las necesidades de sus alumnos y familias, así como por el esmero que mostraron en el “cuidado” de todos ellos/as. GRACIAS por la confianza y el seguimiento de las instrucciones que, desde los equipos directivos, se iban dando en los distintos momentos y porque, si ya de por sí en condiciones normales muchos/as no entienden de horas para atender a su trabajo, en este periodo esto se hizo especialmente visible, con las dificultades de conciliación que muchos/as de ellos/as tenían. Además, si en las aulas los profesores debíamos adaptarnos a las necesidades e individualidades de nuestro alumnado, en este caso tuvimos que adaptarnos también a las de sus familias. Y es que las realidades, expectativas y demandas de las familias de un mismo grupo podían ser absolutamente distintas entre sí.
Así, una vez más, los profesores y profesoras de nuestros centros han demostrado su capacidad de “crecerse” ante los retos, de sacar adelante situaciones complicadas, de generar y construir nuevos escenarios educativos, trabajando en equipo y aprovechando las capacidades de cada uno/a. Desde luego, se constató que la figura y la presencia del profesor es absolutamente insustituible y que un sistema online no permite alcanzar muchísimos objetivos educativos que son propios de nuestras escuelas. Sin embargo, volvimos a corroborar que los sistemas educativos no son más que un medio que puede facilitar (o dificultar) la consecución de los objetivos educativos, pero que un buen maestro puede hacer bueno un mal sistema, y sacar de él todo lo bueno que pueda tener (y viceversa…).
En este sentido, también esta nueva manera de aprender nos enseñó algunas cosas. Por un lado que, como ya hemos dicho, la figura y la presencialidad del profesor es absolutamente insustituible. No sólo por el hecho de que existen muchísimos aprendizajes fundamentales que sólo se adquieren por imitación o por modelamiento y, por tanto la presencia de sus referentes es absolutamente necesaria, sino porque su feedback, su reforzamiento inmediato y su acompañamiento en los aprendizajes es fundamental para la generación de una buena disposición para el aprendizaje y para la estabilidad de los alumnos.
Por otro lado, la posible ausencia de contextualización de los contenidos, así como la falta de integración de los mismos para la resolución de problemas como últimamente venimos considerando, supuso que la motivación de los estudiantes, más allá de por los efectos propios de la situación, disminuyera. Además, con esta carencia y con la falta de experimentación y manipulación, el trabajo cooperativo con sus iguales y la posible falta de coherencia en las secuencias didácticas, pudo provocar una mayor dificultad en la comprensión y asimilación de los contenidos.
Además, en nuestro caso, se observó en todos los cursos como, alumnos que en el aula tenían un rendimiento inferior a la media del grupo, generalmente con algunas dificultades de aprendizaje, durante este periodo mostraron un aprovechamiento significativamente mayor, mientras que algunos/as de aquellos que en el aula mostraban rendimientos elevados, redujeron considerablemente su implicación. Este hecho quizá pudo darse por tres motivos: bien porque estos alumnos que presentan un ritmo inferior o mayores dificultades para seguir el ritmo del grupo tienen un mayor hábito de trabajo fuera del colegio; bien porque sus padres están más familiarizados con el apoyo y seguimiento desde casa; o bien porque el ecosistema del aula, o algunos elementos de éste, no les favorecen. Sea por uno, por otro, o por varios de ellos, este hecho es significativo, y nos debería hacer reflexionar sobre el valor del sobreesfuerzo que muchos de nuestros alumnos/as y sus familias realizan para compensar sus dificultades y que, en el día a día habitual del aula nos cuesta reconocer.
Y si la experiencia del confinamiento fue compleja e intensa para todos, lo que nos viene en este curso no va a ser menos. Si bien dependemos de las decisiones que los gobiernos vayan adoptando (esperemos que pensando en el mayor bien común), volveremos a replantearnos, en la situación ante la que nos encontremos, “a dónde vamos y a qué”.
Ni la realidad de las aulas, ni la de los patios, ni la de los comedores, ni siquiera las propias relaciones, serán las que desearíamos. No será el colegio que nos gustaría, pero sí será el colegio en el que creemos. Un colegio que, hoy más que nunca, no es ajeno a lo que los alumnos y las alumnas viven, que se inserta en su realidad y, desde ella, ofrece las herramientas y los aprendizajes para poder transformarla. Y, por tanto, lo que los alumnos puedan aprender, estará condicionado por la realidad que nos toque vivir.
Y es que, si hay algo que preocupa a profesores, pero especialmente a las familias, es que sus alumnos o sus hijos no “aprendan” lo que les correspondería según el curriculum. Esto es absolutamente comprensible en condiciones normales, pero si levantamos la vista más allá de nuestros propios pies, nos daremos cuenta de que, por mucho que queramos esforzarnos en que esto no ocurra, por mucho empeño y profesionalidad que pongan los claustros en su día a día, la cantidad y la calidad de estos aprendizajes se verán necesariamente afectadas. Y, si bien en los cursos superiores de la enseñanza obligatoria y en el bachillerato esto puede ser realmente un problema, en el resto de etapas simplemente supondrá un reordenamiento de los currículos prestando mayor atención a los aprendizajes de carácter instrumental y tratando de cuidar que los procesos cognitivos que se desarrollan en esos aprendizajes que no podemos abordar, sigan estando presentes. Por tanto, ser realistas y honestos, tanto con nosotros mismos como con nuestras familias, nos ayudará a vivir con menos ansiedad nuestra tarea, y a enfocar, unos y otros, el objetivo hacia aquello que, hoy por hoy y en las condiciones actuales, nuestros alumnos necesitan y el sistema puede alcanzar.
Será, sin duda, un curso muy exigente para todos. Si ya de por sí nuestra tarea desgasta y agota, la enorme cantidad de normas nuevas, limitaciones, protocolos… junto con los miedos y la incertidumbre ante lo que irá viniendo, hará incrementar, probablemente, la tensión de todos: alumnado, claustros y familias. Y aquí es donde nos toca aplicar la máxima de San Agustín: “Reza como si todo dependiera de Dios, pero trabaja como si todo dependiera de ti”. Por tanto, ser exigentes con nosotros mismos y con nuestras responsabilidades será tan necesario como ser compasivos con nuestra debilidad y con nuestras limitaciones.
Estoy convencido de que todo esto (y lo que nos queda por venir), nos hará crecer como colegio y nos hará seguir descubriendo fortalezas y debilidades que en el día a día no sabíamos ver. Nos ayudará a sentirnos más “capaces” y a reconocer que, pese al miedo ante los cambios y la incertidumbre, estaremos acompañando a los alumnos y a las familias de la mejor manera posible en todo este proceso. Que, como decía antes, en la escuela los alumnos aprenden a vivir, y que lo que ahora sucede es parte de la vida y, por tanto, este es también un momento esencial para APRENDER.
Decía Vygotsky que el aprendizaje se desarrolla y está ligado a las situaciones sociales que el alumno vive. Pues aprovechemos esta situación para ello; que sobrellevar nuestros miedos, reconocer nuestra fragilidad, valorar el trabajo y el esfuerzo de los otros, renunciar a algunas de nuestras rutinas y placeres en beneficio de todos, exponernos y reconocer el dolor del mundo y de nuestro entorno… es también aprendizaje. Y que, aunque algunos de los aprendizajes más “académicos” puedan haberse visto afectados con toda esta situación, hay otros, tan importantes o más que aquéllos, de los que tenemos que sentirnos agradecidos y orgullosos de haber podido acompañar.
Pablo Miñano
Jefe de Estudios de Infantil y Primaria
Colegio La Inmaculada – Jesuitas Alicante